María Elvira Madriñán y el poder de las semillas
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María Elvira Madriñán y el poder de las semillas
La arquitecta colombiana visitó el ITESO para coordinar la más reciente edición del Taller Domus Barraganiana, en la que participaron 435 alumnos de los Talleres Verticales de Arquitectura.
Pedro Alcocer
Poseedora de una gran sensibilidad, observa meticulosamente el entorno haciendo pausas de silencio; habla con una cadencia lenta pero constante, similar al fluir del agua en un arroyo. Sus frases y conceptos son profundamente sugestivos. María Elvira Madriñán es una figura clave para comprender las búsquedas y las transformaciones de la arquitectura colombiana y latinoamericana del siglo XX, cuya influencia continúa en la actualidad. Esposa, compañera de vida y socia de Rogelio Salmona, desde los años ochenta ha acompañado y enriquecido la obra de uno de los arquitectos más influyentes de Latinoamérica. Desde 2009, dos años después de la muerte de Salmona, ha dirigido la fundación que lleva su nombre, resignificando el legado de la obra que en parte cocreó.
Su participación como invitada en la tercera edición del Taller Intensivo Domus Barraganiana, de la Licenciatura en Arquitectura del ITESO, refuerza el propósito de reflexionar acerca de los valores fundamentales de la arquitectura a través de figuras que, como Barragán, han sido trascendentales en la historia de esta disciplina. En este contexto, la universalidad de la obra de Barragán y de Salmona actúa como un catalizador para examinar y decantar aspectos esenciales del ejercicio de la arquitectura y proponerlos como un ejercicio de reflexión y diseño en el que los 435 alumnos de los Talleres Verticales de Arquitectura se reten a sí mismos e incorporen una interpretación personal de estos conceptos a su ejercicio de diseño.
"Cuando fui invitada a participar en el taller intensivo del ITESO”, comenta Madriñán, “me propuse profundizar en la obra de Barragán, observarla con nuevos ojos para encontrar resonancias y diferencias con la de Salmona. Siguiendo la huella de sus viajes exploratorios y formativos descubrí algunas coincidencias: en sus primeras etapas recorrieron caminos similares, quedaron deslumbrados por las mismas arquitecturas, se apasionaron por la literatura y los movimientos artísticos. Ambos se embriagaron de conocimiento que luego transformaron en espacios que reflejan sus pensamientos e ideales: espacios evocadores, refugios de contemplación y serenidad que invitan a una conexión íntima con el entorno y con uno mismo. Ese es su gran legado."
Al caminar y descubrir los rincones del Bosque Universitario del ITESO, su mirada se ilumina y desborda curiosidad, pasión y conocimiento por la flora. Toca los troncos de los árboles, recolecta semillas y frutos del suelo, los huele e incluso nos los da a probar y los compara con la vegetación nativa de Colombia.
"Nací y crecí en el campo, en un lugar maravilloso cerca de Cali, Colombia. En esos primeros años, alejados del bullicio urbano, desarrollé una profunda sensibilidad hacia la naturaleza. Con el tiempo, casi sin darme cuenta, ese entorno se convirtió en una parte fundamental de mi vida. Me volví consciente de su valor y comencé a explorar el mundo de la vegetación buscando formas de contribuir, aunque fuera modestamente, a la biodiversidad a través de los jardines que complementan la arquitectura. Así, esta pasión fue tomando forma en mi vida", recuerda.
En su casa familiar de Río Frio, utilizada como caso de estudio en el taller intensivo en conjunto con la Casa Estudio de Luis Barragán, ha florecido un microecosistema que ella ha sembrado a partir de un meticuloso proceso de germinación de semillas, muchas de ellas provenientes de sus viajes. En esa casa la vegetación se funde con la arquitectura de ladrillo, la secuencia de patios y diversidad de alternativas para recorrerla, amalgamando el interior y el exterior en un espacio que ha iniciado el proceso junto con otras seis obras de Salmona para ser incluidas en la lista de Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés).
Madriñán ha enfrentado importantes retos y desafíos a lo largo de su trayectoria, transformándolos en experiencias que han definido su camino. Su naturaleza reflexiva y paciente, combinada con su capacidad para enfocarse y mantener la dedicación a lo largo del tiempo, ha sido clave en su historia. En cada uno de estos desafíos la analogía de la semilla cobra vida: una semilla que se recolecta y protege, se germina y se siembra, y con el tiempo se fortalece hasta convertirse en un árbol robusto que florece.
Su primer reto tras graduarse fue trabajar con Rogelio Salmona. Enfrentarse a la realidad del oficio no fue sencillo, ya que quedaron en evidencia vacíos en su formación que surgían al momento de desarrollar un proyecto. Por ello dedicó mucho tiempo a estudiar para adquirir el conocimiento necesario para hacer arquitectura. Trabajar junto a Salmona implicaba hablar el mismo lenguaje en términos proyectuales, sólo así podría contribuir con el conocimiento y la sensibilidad que la profesión requería para el desarrollo de los proyectos.
Este proceso fue profundamente enriquecedor, pues le permitió aprender sobre el rigor, la responsabilidad, el compromiso y la ética, esenciales para ejercer la arquitectura. Durante 30 años compartió su vida y su oficio junto a Salmona y ahora, en su ausencia, continúa dirigiendo su despacho.
Su rol como subdirectora científica del Jardín Botánico de Bogotá representó un nuevo desafío. “Con el tiempo, decidí estudiar botánica. Tenía la sensibilidad y el conocimiento previo, pero quería profundizar en la vegetación desde lo científico y así lo hice”, explica. Aceptó el cargo con cierto temor debido a su perfil más orientado hacia la arquitectura, sin embargo, asumió con mucha pasión y compromiso la dirección de todos los proyectos e investigaciones del Jardín Botánico durante ese tiempo. Este periodo fue tan enriquecedor como exigente. Madriñán lideró iniciativas que destacaban la importancia de la flora nativa de Colombia y su preservación, lo que le permitió ampliar su conocimiento sobre botánica y biodiversidad.
Con convicción y orgullo asegura que los proyectos que más la emocionaron fueron aquellos realizados con niños en comunidades rurales, enseñándoles sobre la flora y su importancia dentro de los ecosistemas, y “lo más gratificante fue constatar como los niños tomaron conciencia del valor de la biodiversidad y entendieron la relevancia de su conservación", comparte.
Después del fallecimiento de Salmona fue invitada a enseñar en la Maestría de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, lo cual implicaba un nuevo reto que parecía imposible de lograr, pues era necesario superar una condición muy limitante de su personalidad: la timidez. Por lo tanto, su primera reacción fue de rechazo, pero finalmente terminó aceptando porque entendió la importancia de esa oportunidad para concientizar y sensibilizar a los estudiantes sobre el rol de la arquitectura en la conformación de las ciudades y el valor del paisaje como elemento fundamental que contribuye al enriquecimiento de sus ecosistemas: “A lo largo de los años ha sido muy satisfactorio descubrir cómo los cursos han logrado despertar en los alumnos la pasión por el paisaje y el cuidado del entorno que acompaña a la arquitectura, y esa labor continúa en la actualidad”.
Cuando reflexiona acerca del poder transformador de la arquitectura en la vida de las personas y las comunidades, y comparte cómo lo han logrado sus obras, revela un importante motor que ha acompañado su trayectoria: la creación de espacios para el disfrute ciudadano. Al hablar sobre el impacto de proyectos como el Centro Cultural Moravia, en Medellín, o la Biblioteca Virgilio Barco y el Centro Cultural García Márquez, en Bogotá, o más recientemente el Centro Cultural Universitario Rogelio Salmona, en Manizales, inaugurado en 2018, su semblante sereno cambia, mostrando una contagiosa pasión por una arquitectura que no sólo se construye con rigor técnico, sino que también ha sido vivida y apropiada por la comunidad. Esta arquitectura actúa como una semilla que puede iniciar un proceso de transformación en la vida de las personas y en el tejido social, perdurando a través de la apropiación de la comunidad.
Sobre los retos actuales de la arquitectura y nuestras ciudades reflexiona: “Los tiempos y procesos para el desarrollo de proyectos arquitectónicos han cambiado, afectando negativamente su calidad. Hoy en día se asignan plazos demasiado cortos, sin considerar el tiempo necesario para que un proyecto madure. Esto implica pensar, reflexionar, dudar e incluso, en algunos casos, comenzar de nuevo hasta lograr la espacialidad deseada. Esta tendencia acelera el crecimiento urbano con modelos que priorizan la rentabilidad y la economía de materiales, lo que altera la fisonomía de las ciudades y desborda su expansión, perjudicando el desarrollo urbano a largo plazo. Sin una planificación generosa y consciente, el futuro de las ciudades latinoamericanas está en peligro”.
Y añade: “La ciudad ya no se planea de una manera generosa con espacios públicos que enriquezcan la vida ciudadana, por el contrario, la proliferación de espacios cerrados a lo largo y ancho de las ciudades hace que la vida se limite, se fraccione y que se pierda la posibilidad de deambular por la ciudad. Si no actuamos desde la academia y creamos esa conciencia en los futuros arquitectos, no lograremos cambiar el rumbo de nuestras ciudades latinoamericanas”.
Tras la muerte de Rogelio Salmona, María Elvira Madriñán ha liderado la Fundación Rogelio Salmona dedicándose a revalorizar los espacios públicos ciudadanos conformados por la arquitectura, sus principios comunitarios y rescatando sus dimensiones políticas, éticas y poéticas. Aunque el reto es complejo, destaca la importancia de estar convencidos de su valor para inspirar a otros y construir una sociedad más justa y equitativa, en la que el conocimiento, la cultura y el bienestar sean parte fundamental de la vida. Con esta labor, Elvira continúa, como lo ha hecho a lo largo de su trayectoria, sembrando una semilla para la resignificación de la arquitectura en Latinoamérica.
El Taller Domus Barraganiana ha representado una experiencia sumamente retadora para María Elvira, pero a través de sus enseñanzas ha sembrado una importante semilla en la formación de las y los estudiantes del ITESO.